Mi nombre es Andrés Parreño, soy el segundo hijo de Juan y Elena.
Cuando era pequeño mi padre salió del país a realizar un postgrado en el extranjero, mi mamá trabajaba y entonces no pase mucho tiempo con mis padres, no porque no hayan querido, sino por la situación que atravesabamos en mi familia. Eso causó en mí una sensación de falta de afecto y aprendí a llenar ese vacio de otras formas. Me dediqué a contar chistes, principalmente en las reuniones de los adultos, y me hacían sentir bien durante un rato. Eso me llevó a buscar agradar a las personas y a hacer compromisos que no podía cumplir. Además, cuando debía afrontar momentos en los que tenía que tomar decisiones se me dificultaba mucho porque no lograba escoger algo que le agradara a todos, eso me llenaba de culpa y de desaprobación propia.
En cierta edad llegué a sentir el llamado de servirle a Dios como sacerdote religioso, pero no lo hice por el temor al que dirán y por la curiosidad de tener una familia. Eso me lleno de culpa. Buscaba a Dios a la manera que yo conocía, pero algo no engranaba. Cierto día una chica desconocida me preguntó si quería saber lo que Dios tenía preparado para mi vida; sonriendo le dije que sí. Realicé una pequeña oración en la que dije: "Señor Jesucristo, yo te necesito, reconozco que diste tu vida en la cruz por mis pecados, te abro la puerta de mi corazón, entra a mi vida como Señor y Salvador y haz de mi la persona que Tú quieres que yo sea. Amén". De ahí en adelante pude acercarme a la Biblia de otra manera, pude entender que era lo que Dios me decía y que Él dice que a sus ojos soy de gran estima, honorable, que me ama y que dará hombres por mí y naciones por mi vida. Ahora puedo decidir amarme a mí mismo y a los demás con el gran amor con el que él me ama.
Cuando era pequeño mi padre salió del país a realizar un postgrado en el extranjero, mi mamá trabajaba y entonces no pase mucho tiempo con mis padres, no porque no hayan querido, sino por la situación que atravesabamos en mi familia. Eso causó en mí una sensación de falta de afecto y aprendí a llenar ese vacio de otras formas. Me dediqué a contar chistes, principalmente en las reuniones de los adultos, y me hacían sentir bien durante un rato. Eso me llevó a buscar agradar a las personas y a hacer compromisos que no podía cumplir. Además, cuando debía afrontar momentos en los que tenía que tomar decisiones se me dificultaba mucho porque no lograba escoger algo que le agradara a todos, eso me llenaba de culpa y de desaprobación propia.
En cierta edad llegué a sentir el llamado de servirle a Dios como sacerdote religioso, pero no lo hice por el temor al que dirán y por la curiosidad de tener una familia. Eso me lleno de culpa. Buscaba a Dios a la manera que yo conocía, pero algo no engranaba. Cierto día una chica desconocida me preguntó si quería saber lo que Dios tenía preparado para mi vida; sonriendo le dije que sí. Realicé una pequeña oración en la que dije: "Señor Jesucristo, yo te necesito, reconozco que diste tu vida en la cruz por mis pecados, te abro la puerta de mi corazón, entra a mi vida como Señor y Salvador y haz de mi la persona que Tú quieres que yo sea. Amén". De ahí en adelante pude acercarme a la Biblia de otra manera, pude entender que era lo que Dios me decía y que Él dice que a sus ojos soy de gran estima, honorable, que me ama y que dará hombres por mí y naciones por mi vida. Ahora puedo decidir amarme a mí mismo y a los demás con el gran amor con el que él me ama.
Gracias a Dios he aprendido a tomar decisiones como la de restaurar mi relación con mis padres, puede decirles que estaba resentido con ellos, les pedí perdón, quería que supieran que los amo y que les pedía su bedición. Esa decisión me llevo a escuchar una expresión de amor que no había escuchado antes de mis padres: yo te amo y te bendigo.
Foto otrogada por Andrés Parreño